El Mundo by Juan José Millás

El Mundo by Juan José Millás

autor:Juan José Millás [Millás, Juan José]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-84-08-07596-7
editor: Planeta


Todo al revés

En esto, vino la luz, pero no desapareció con ella el encantamiento. Salí del cuarto de baño y me incorporé a la vida familiar fingiendo ser uno de ellos, aunque mi madre, que era adivina, me preguntó si me pasaba algo.

A partir de aquel día, y con una periodicidad semanal, entregué a Mateo un informe minuciosamente elaborado que él escondía en el compartimiento secreto de la caja registradora y a cambio del que me entregaba diez céntimos. Nunca más volvió a darme un pan de higos, lo que de un lado me decepcionó y de otro me gustó. No se podía ser al mismo tiempo un agente de la Interpol y un crío que suspirara por aquellas golosinas. Nuestra relación como espías se limitaba a este intercambio de informes y dinero. Jamás cruzamos una palabra sobre nuestra actividad clandestina.

Las paredes oyen, decía un refrán muy utilizado en aquella época por nuestros padres. Y las paredes oían, en efecto, pues de acuerdo con mi colección de cromos sobre el FBI y la Interpol, el mundo (ya entonces) estaba sembrado de micrófonos ocultos.

Pero Mateo tenía otra cosa que me interesaba: su hija María José, aquella especie de fantasma que atravesaba la calle sin que nadie reparara en su presencia. Era tal su levedad, su ligereza, quizá su insignificancia, que fantaseé a menudo con la idea de que se tratara de un fantasma al que sólo a mí, por alguna misteriosa razón, me estaba permitido distinguir. A diferencia de Luz, la belleza oficial, pero vacía, de la calle, María José daba la impresión de estar habitada por alguien (y por alguien que sabía cosas de mí).

Pero si a María José no la veía nadie, tampoco ella nos veía a nosotros. Pasaba a nuestro lado y sólo yo volvía la vista disimuladamente para aprenderme su rostro como el que se aprende una canción. Tenía unos ojos un poco saltones en los que, si querías (o si lo necesitabas, como seguramente era mi caso), podías advertir un movimiento de asombro, quizá de pánico. Sobre ellos, había unas cejas muy anchas y muy negras que oscurecían esa zona de la cara provocando la impresión de que observaba la vida desde un callejón lóbrego. Sus labios, finos y un poco torturados (especialmente el superior), sugerían la existencia de un malestar permanente, pero aceptado con una forma de sumisión perturbadora. Y llevaba una cola de caballo (muy común entre las chicas de la época) que en vez de arrancar de la nuca, como la de Luz, salía absurdamente de la coronilla, como un manantial, desembocando casi al nivel de la cintura. Todos estos accidentes físicos se daban en el territorio de una línea, pues su delgadez era tal que parecía haber sido hecha sin levantar el lápiz del papel. Resultaba sorprendente que aquella raya llamada María José pudiera soportar el peso de un uniforme colegial tan abundante como espeso.

Aquella primavera, cuando cambió el uniforme de invierno por el de verano, advertí en su cuerpo una trasformación portentosa: tenía pechos.



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